EL FOTOGRAFO

La claridad multiplicada por el reflejo de la nieve se filtraba entre las comisuras de la persiana creando etéreos caminos que atravesaban el espacio cargado de silencio, juerga de puntos luminosos que dibujaban los cuerpos desnudos de las dos jóvenes. La mayor reposaba la pierna y el brazo por encima del cuerpo de la otra, como evitando una posible huida, mientras que su rostro rozaba esa piel cargando sus sueños con el olor de la amiga y ahora ocasional amante. Dani, con extremo cuidado por no despertarlas, se incorporó de la cama, era un momento demasiado mágico para estropearlo y estaba seguro que si lo hacía, desprovistas ahora de la inhibición que da el alcohol, se arrepentirían del libre albedrío que había gobernado sus mentes calenturientas. Por un momento sintió un vago orgullo al sentirse cómplice, no, conductor de esa relación, que aunque deseada en menor o mayor medida por todos, era la menos esperada. Nada en esa noche había sido previsto. Las conocía de la universidad, pero nunca habían entablado una conversación, su encuentro en el pub fue casual, del mismo modo que era casual que los tres tuvieran un motivo para estar alegres. Ellas habían acabado por fin los exámenes y podrían volver a las ciudades de donde venían. A él le habían publicado por primera vez unas fotos en una revista. Le parecía mentira que todo hubiera sucedido con la naturalidad en que había ocurrido: -Estas cosas, seguro que si las preparas no salen como quieres. -Pensó. Lo habían convencido para que las acompañara a casa a tomar la última copa. En ese momento de la noche estaban los tres bastante chispeados. Sabía que la mayor quería estar con él, deseo que compartía; la pequeña, por su parte, tampoco ocultaba con sus miradas coquetas su propósito de ir más allá. En el piso, tras poner algo de música, empezaron a jugar con él: lo iban tocando con atrevidas caricias, con la fingida actitud de intimidarlo, pero fue entonces cuando Daniel descubrió en los ojos de la mayor como se regocijaba de la sensualidad de su amiga. Aunque se mostraba contenida, era totalmente visible para él que estaba interpretando un papel con el cual se embriagaba del deseo de su compañera de piso. Dani miró de reojo la bolsa que contenía su Leica, cuánto hubiera dado en ese momento por poder plasmar el mirar de esa mujer, pero sabía que era imposible. Si no participaba del juego la magia de la morena desaparecería, así que rompiendo las barreras y sorprendiéndose el mismo besó a la más joven en los labios, que totalmente desinhibida abrió su boca como una flor. Inmediatamente después hizo lo propio con la otra, notando en ella un temblor más causado por la visión de su amiga besándose con él, que por el hecho de ser besada. Era como si de los labios de Daniel quisiera recoger con su lengua el sabor de su amiga. Tras besarla se incorporó en silencio pero con la presteza necesaria para que no reflexionaran en lo que estaban haciendo. Apagó algunas luces y fue a por la pequeña en busca de aumentar la excitación de la mayor, que inmóvil, observaba la escena sin perder los detalles con que Dani la incitaba.
La rubia por otra parte, había aceptado que su amiga la mirara, por lo visto esto aumentaba su deseo. Primero fue un roce ocasional, luego atrajo el cuerpo de la joven cerca de su amiga, a la cual ahora hacía caricias que eran respondidas con un estoico mutismo. Poco a poco fueron quitándose la ropa él y la joven, y siguiendo las peticiones de Dani, la mayor hizo lo mismo. Embriagadas por la sensualidad del momento quedaron entre caricias los tres desnudos. Aunque lo que más deseaba era poseer a la mayor, confiaba en su proceder. Empezó a hacer el amor con la rubia complaciéndose de que ésta cerrara los ojos poseída por el placer que la dominaba. Mientras él podía mirar a la mayor, que se deshacía imaginando ser la causante del placer de su amiga. Cogió su mano y la puso sobre el pubis de la pequeña para que sintiera la contracción de la joven tras cada arremetida. Ahora la mayor abría la boca como queriendo acompañar con su aliento cada gemido de su amiga. Casi no lo veía, sus ojos estaban hipnotizados por el gozo de cada gesto de la otra. Dani yendo más allá, acercó la boca de la mayor a la de la joven haciendo que se besaran, cosa que tras una primera paralización, acabó desencadenando más excitación en la pequeña. Él aprovechó para, sin dejar de tocarla ir a por su amiga, que ahora ocupaba su papel fundiéndose con su compañera de piso, la cual no dejaba de disfrutar por ello. Aunque le satisfacía penetrar ahora a la mayor, no encontró la misma respuesta que la pequeña. Aún así consiguió el orgasmo, tras lo cual se deleitó en la carga erótica de lo que ocurría ante él.
El sol delataba un nuevo día, las chicas aún dormían y él robando el silencio de Morfeo sacó su cámara y empezó atrapar la sensualidad: La rebeldía del hirsuto pelambre ante la presión de un muslo ajeno. La sombreada y granulosa cima de unos torneados pechos. El fin de un bucle jugando con la comisura de unos labios. El vertebrado origen de un sendero bajo la prepotencia de unos glúteos. Las arrugas de un labio mustio enfrentadas a la protuberancia húmeda del otro. El nervioso contexto del empeine. La castiga piel de unas axilas. El reflejo de la luz en el fino bello de un vientre.
Nunca se imaginó que estas fotos iban a formar parte de su primera publicación en Lunwerg. Como si hubieran estado esperando el momento preciso en que terminara, despertaron tras la última foto. Daniel se puso rápidamente los pantalones mientras ellas aún levitaban entre sueño y realidad. Expectante ante las muestras lógicas de arrepentimiento que tendrían las jóvenes, hasta imaginó las palabras que utilizaría para quitar gravedad al asunto. Pero ellas, tras unos segundos en los que inspeccionaron su alrededor como buscando respuesta a lo sucedido en los escasos muebles de aquella habitación, miraron a Daniel como si formara parte de ese impersonal mobiliario, tras lo cual se besaron ignorándolo. Un beso que por lo extenso, incomodó al joven fotógrafo que decidió emprender su vuelta sin despedirse, puesto que el cariño mostrado entre ellas convertía en estúpida cualquier añadidura dialéctica.
Texto extraído de la novela inédita “No tienes por que hacerlo” Jorge Maruejouls

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