Intercontinental 511



Había sido una vana ilusión, el sueño tan solo había durado media hora, pero aunque estos intermitentes descansos no daban tiempo para que su cuerpo se recuperara del jet lag, una neblina remolona y complaciente siempre acompañaba estos despertares. A un escaso metro de distancia, una pierna que adivino suave y fresca, salía de una butaca con tan aparente familiaridad que parecía invitarlo a acariciarla, en el fino tallo de su tobillo se adivina la buena figura de esa mujer, por la pulsera dorada que rodeaba el mismo se diluía una incipiente madures.
Pero una mano de apuradas uñas se coló para rascarse torpemente la rodilla, cerro los ojos buscando desvanecer lo que se le mostraba con tal impunidad, cuando los volvió abrir descubrió que estos no le engañaban, una niña que rozaba los trece años lo miraba con una inexplicable complicidad. Hubert, Hubert, se dijo en sus adentros sin dejar por un momento de mirar a la niña que parecía querer beber de la seducción de sus pensamientos, hasta tal punto, que tuvo que ser él y no la joven quien bajo la mirada. Cuando volvió a levantarla, ella seguía observándolo con una curiosidad inaudita para su accidental voyeur. Sin quitarle ojo busca algo en su bolso, lo encuentra y empieza a pintarse los labios como si el reflejo de las pupilas del escritor le sirvieran para reseguir las orillas de sus labios, tras lo cual la rosácea punta de su lengua humedece la comisura de sus labios, él es consiente que es un acto natural, sus movimientos no son mórbidos y si existe alguna malicia esta habita solo en sus propios pensamientos. Por el dulzón olor a fresa que lo invadía, deduce que es una de esas barras comestibles que usan las crías. Se siente absurdo por la manera en que le perturba la coqueta curiosidad de la muchacha. Ni siquiera consigue una tregua en lo cómico del forzado aspecto que ahora tiene, pero se duele íntimamente que el carmín sea tan pastoso que confunda la incipiente protuberancia de sus labios.
Vino hacia ellos una azafata empujando un carrito con bebidas, ella cogió un refresco de cola y con ademán de su mentón le indico que hiciera lo propio, como si el –free- de la azafata significara consumo obligatorio. Dócil, estiro la mano hacia uno de los botellines de vino, pero inmediatamente un giro de su muñeca rectifico hacia una naranjada cercana. Aquello seria demasiado peligroso.
-He oído decir que este muchacho escribe bastante bien,- había olvidado por completo la lectura que lo había acunado, por lo que al principio le costo entender el significado de las palabras de aquella intrusa, -¿De que va este libro?- cuando volaba siempre se acompañaba por alguno de los libros de Carver, acrecentaban el placer de no estar en ninguna parte.
-Sobre el imperio Maya- mintió con la esperanza de quitársela de encima, -es una vergüenza lo que hicimos con esos indios- la cosa amenazaba con alargarse penosamente, la joven como reclamando la intimidad perdida le cogió el libro sin pedírselo. Cayo en la cuenta que aun no había salido ningún sonido de sus labios, solo algunos chasquidos, esos que los críos hacen, debería ser americana, la mayoría de los ocupantes del avión lo son. La mujer ignorando el vacío en el que caían sus palabras había ido acercando tanto su rostro que sus salivazos empezaban a convertirse en una amenaza real, además notaba por el tono, que estas, aumentaban en gravedad. –¡Pero que se habrá creído esta maldita cría, que confianzas son estas, cogerle el libro a un adulto sin pedirlo! La chica sin dar muestras de entender lo que le decía devolvió el libro con desgana y se levanto sin mirar al escritor, como si lo hiciera responsable de la reprimenda. Sintió deseos de golpear a esa mujer, últimamente tenia muchos deseos de golpear a la gente. Encontró a la joven en una especie de sala de estar en la cola del avión.
-Hablas mi idioma
-Sí, Buenos días, señor.
-¿De donde eres?
-Sí, Buenos días, señor.
Tal vez era mejor así. Tal vez….


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