Posmodernidad


El bar-librería era de un esnob demasiado impersonal. Lleno de libros que no atendían a la lectura sino a la jactancia, todo aquello se me mostraba ajeno, hasta incomodo. Parecía el escaparate de unos diseñadores de gráficos, donde las estanterías exponían una pulcritud que orillaba el fetiche estético, obviando el verdadero sentido que albergaba la celulosa.
Yo en la senda del profesor Bukowski, bebía afanosamente con la esperanza de que algo ocurriera.
El vino siguiendo la dinámica de la noche se mostraba suave en el paladar pero ostentoso en la garganta, tan bueno que no conseguía embriagarme lo suficiente para desenredar las palabras que se atoraban en mi garganta, mientras el goteo constante de diálogos solitarios minaba mi despistada cordura. Voces que se perdían en la exuberancia de sus propios ecos. Me sentía absurdo, que hacia allí, alguien me había prometido una conversación interesante, -enlazar contactos- dijo y ahora estaba enjaulado sin poseer las espontáneas verdades que manejaban esos exquisitos individuos. Decidí Guardar mi simplicidad en el silencio, esperaba la oportunidad de desaparecer.
En un momento de la noche alguien dijo que no entendía aún que era la Posmodernidad.
Llevaba el suficiente tiempo hundido en aquella, estética pero incomoda butaca, para saber que no se trataba de una pregunta real, sino parte del teatro de su discurso, una manera de exponer cínicamente algo en lo que no creía, algo que suponían fruto de la inventiva, una inventiva de mal gusto. El poseedor de la reflexión seguía creyendo en el hombre y seguro que cada día creería más, alimentando su seguridad con el reflejo de cada cristal, con el sonido de cada palabra.


En ese instante vino a mi mente Deckard, aquel Blade Runner que recorría las calles de los Ángeles en el 2019 buscando a los replicantes que se habían negado a aceptar la caducidad de su existencia. Sí, desganado cumplía las órdenes que el sistema le imponía esperando que fueran las suficientes para largarse.
La ciudad por la que deambula es decadente, la necesidad de reinventarse, de borrar cualquier huella del pasado la ha convertido en un lugar inhóspito, todo parece estar abandonado, la exuberancia de algunos edificios expone la prepotencia de sus habitantes, mientras todo es bañado por una lluvia gris que no logra arrastrar la basura que se amontona en las esquinas y menos ahuyentar los tribales grupos que se mueven por las calles de manera caótica.
Los replicantes, cazadores de un pasado con el cual pretende crearse una identidad humana, mientras los habitantes de la ciudad parecen huir de cualquier recuerdo. Solo Deckard igual que los replicantes parece cuestionarse la realidad y por eso sufre.

Desde la realidad alguien me agitaba el brazo reclamando una respuesta:
¿Tú también crees que Ratzinger es un gran teólogo?
Marche sin contestar en busca de un lugar sórdido donde pudiera compartir intimidad con el silencio... Antes de que me hiciera demasiado pequeño.
Jorge Maruejouls
Dedicado a mis amigas Pepa, Teia y Maria Angeles



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