Haití

El niño mira entre los zarandeos de su padre, mira con desesperación al cielo esperando que llegue aquel artefacto maléfico que tanto terror le ocasiona, sabe que si no llegan a tiempo a la colina no quedara nada, sabe que si eso ocurre su padre volverá a llorar de desesperación y tendrá que pelearse de nuevo con aquellos hombres de la ciudad que son más fuertes y que llevan aquellas armas que ensordecen sus oídos aún más que las hélices del artefacto maléfico, sabe que tras el sonido del helicóptero dejara de dolerle la barriga y su cabeza parara de girar, y sobre todo no dormirá solo por que su padre sigue en su empecinamiento por encontrar alimento para su hijo. No, si aparece el helicóptero esta noche no tendré frió.
Lo que no sabe es que un político desde su lujoso despacho en el Éliseo esta intentando que esos artefactos dejen de cubrir los aires de Haití, artefactos maléficos que por otra parte el presidente francés es incapaz de enviar, de igual manera que es incapaz de enviar un contingente militar que sea capaz de aplicar cierto orden en el caos que acontece en Puerto Príncipe, pero no, a ese político no le gusta reconocer la realidad, sino que se limita a criticar la actuación del único país que es capaz de actuar de manera rápida sobre el terreno. Desde este lugar reclamo a todos los políticos que dejen de lado sus diferencias y busquen la manera más eficaz para ayudar a esas miles de personas, la existencia de cada uno de ellos vale más que cualquier ideología. Al final el único que pierde es aquel niño que tiene miedo de los helicópteros.
Ahora dejando de lado vuestra opinión y vuestros respectivos ideales. Y si el niño fuero vuestro, que pensarías, no mandarías vuestros ideales a la mierda con la ilusión que vuestro hijo pudiera llevarse un trozo de pan esa noche.
En esos momentos de desesperación la supervivencia se antepone a todo, no hay ideología que valga si no atiende a la realidad de cada circunstancia. Ante el cuerpo inerte de un niño cualquier patriotismo no es más que el refugio de un cobarde.
Jorge Maruejouls

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