Son explotados ilegalmente como esclavos en los campos de la España profunda.
En un muelle cualquiera del sur de España, como partes de un único cuerpo, se aprietan entre sí compartiendo los mismos espasmos y la misma ansiedad por no haber logrado entrar en el país. Mientras salen de la hipotermia, observan cómo los mismos guardacostas que los han interceptado en el estrecho salvándoles de una muerte segura tras hundirse la patera, empiezan las primeras tareas burocráticas para su repatriación. Un sentimiento confuso de agradecimiento y rencor se adivina en sus ojos.
En un camión de mercancías se transporta una tensión acumulada, tensión que al llegar a cualquier estación del norte de España se convierte en miedo, cuando se abren las compuertas del vehículo y salta de su interior una masificación humana en busca de oxígeno. Sin entretenerse se escabullen como delincuentes con la mirada clavada en el suelo, como si su intento de conseguir una vida mejor fuera un delito. Casi sin esperanza se dirigen hacia ninguna dirección, con la única seguridad de seguir avanzando, pero en esos momentos un coche de la policía autonómica los divisa.
Los temblores de su mano mientras extiende el pasaporte abierto en la página del visado no convence al policía de aduanas, que decide abrirle las maletas descubriendo lo que ya sabía de antemano que encontraría, las pertenencias de una vida marcada por la miseria, tras lo cual le solicita la liquidez necesaria para justificar su estancia como turista.
Pero, amigos míos, no os quería hablar de los que no lo consiguen, pero me ha parecido desleal no mencionarlos. Los que lo logran, no siempre encuentran lo que buscaban. No quiero decir con esto que estén peor, puesto que todo es relacionado al estado de gravedad en que se encontraban en sus países de origen, ni mucho menos quiero negarles el derecho a buscar una vida mejor y en algunos casos a continuar teniendo una vida. Simplemente quiero dar testimonio de las veces que adivino en la mirada de aquellos que han logrado no ser interceptados la desilusión de descubrir cómo ya en el país de sus sueños son explotados ilegalmente como esclavos en los campos de la España profunda; cómo las mujeres son vejatoriamente violadas hasta que pierden toda dignidad, tránsito en el cual los responsables de las mafias, mayoritariamente del mismo país de origen que los emigrados, no escatiman en la utilización de drogas, fuerza bruta y tácticas intimidatorias sobre la familia que se deja, tras lo cual son manejadas como zombis por calles y prostíbulos; como empleadas del hogar, viven a la sombra de una familia que no hace nada por arreglar su situación, mientras tienen que ocuparse durante jornadas de 24 horas de niños engreídos y longevos de cordura extraviada.
Pensando en ellos, he recibido con gran regocijo la noticia de que el gobierno socialista está dispuesto a regular la situación de aquellos que malviven en esa economía sumergida manejada mayoritariamente por las mafias y empresarios sin escrúpulos, siempre y cuando puedan demostrar que llevan el tiempo suficiente en España, consigan un contrato y, lo mejor de todo, denuncien a los explotadores.
Quién sabe, por ahora todo queda en una declaración de buenas intenciones que espero que no ocurra como otras leyes progresistas y pueda salir adelante.
Aunque el paraíso nunca sea lo que ellos esperan, tal vez consigan germinar en estas tierras una semilla, que si es bien cultivada pueda mantener algo de la historia de sus padres y con ello conseguir que este mundo sea un lugar más tolerante. Creo que estoy cayendo de nuevo en otra utopía, pero con vuestro perdón soy escritor, y como tal prefiero alimentarme de mis sueños que de una realidad que muchas veces me repugna.
En un camión de mercancías se transporta una tensión acumulada, tensión que al llegar a cualquier estación del norte de España se convierte en miedo, cuando se abren las compuertas del vehículo y salta de su interior una masificación humana en busca de oxígeno. Sin entretenerse se escabullen como delincuentes con la mirada clavada en el suelo, como si su intento de conseguir una vida mejor fuera un delito. Casi sin esperanza se dirigen hacia ninguna dirección, con la única seguridad de seguir avanzando, pero en esos momentos un coche de la policía autonómica los divisa.
Los temblores de su mano mientras extiende el pasaporte abierto en la página del visado no convence al policía de aduanas, que decide abrirle las maletas descubriendo lo que ya sabía de antemano que encontraría, las pertenencias de una vida marcada por la miseria, tras lo cual le solicita la liquidez necesaria para justificar su estancia como turista.
Pero, amigos míos, no os quería hablar de los que no lo consiguen, pero me ha parecido desleal no mencionarlos. Los que lo logran, no siempre encuentran lo que buscaban. No quiero decir con esto que estén peor, puesto que todo es relacionado al estado de gravedad en que se encontraban en sus países de origen, ni mucho menos quiero negarles el derecho a buscar una vida mejor y en algunos casos a continuar teniendo una vida. Simplemente quiero dar testimonio de las veces que adivino en la mirada de aquellos que han logrado no ser interceptados la desilusión de descubrir cómo ya en el país de sus sueños son explotados ilegalmente como esclavos en los campos de la España profunda; cómo las mujeres son vejatoriamente violadas hasta que pierden toda dignidad, tránsito en el cual los responsables de las mafias, mayoritariamente del mismo país de origen que los emigrados, no escatiman en la utilización de drogas, fuerza bruta y tácticas intimidatorias sobre la familia que se deja, tras lo cual son manejadas como zombis por calles y prostíbulos; como empleadas del hogar, viven a la sombra de una familia que no hace nada por arreglar su situación, mientras tienen que ocuparse durante jornadas de 24 horas de niños engreídos y longevos de cordura extraviada.
Pensando en ellos, he recibido con gran regocijo la noticia de que el gobierno socialista está dispuesto a regular la situación de aquellos que malviven en esa economía sumergida manejada mayoritariamente por las mafias y empresarios sin escrúpulos, siempre y cuando puedan demostrar que llevan el tiempo suficiente en España, consigan un contrato y, lo mejor de todo, denuncien a los explotadores.
Quién sabe, por ahora todo queda en una declaración de buenas intenciones que espero que no ocurra como otras leyes progresistas y pueda salir adelante.
Aunque el paraíso nunca sea lo que ellos esperan, tal vez consigan germinar en estas tierras una semilla, que si es bien cultivada pueda mantener algo de la historia de sus padres y con ello conseguir que este mundo sea un lugar más tolerante. Creo que estoy cayendo de nuevo en otra utopía, pero con vuestro perdón soy escritor, y como tal prefiero alimentarme de mis sueños que de una realidad que muchas veces me repugna.
Jorge Maruejouls
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